Un día cualquiera

Seguimos compartiendo los textos recibidos dentro de nuestro concurso de relatos. Hoy os presentamos 'Un día cualquiera'.

Por: Laura Delgado Tellez de Cepeda

Hospital de Henares. Coslada, Madrid.

Susana miraba por la ventana sin prestar atención. Nada parecía haber cambiado estos últimos tres meses en el paisaje. Estaba cansada y se sentía sola. No entendía por qué ella tenía que estar ingresada en ese hospital mientras todos sus compañeros estarían a esas horas saliendo del instituto, hablando de lo que harían el fin de semana o de lo que había mandado leer el profesor de lengua para el día siguiente. Por la tarde hablaría con su amiga para contarle lo que le había dicho Pedro entre clase y clase, el chico que le gustaba desde que empezó a fijarse en los chicos y con el iba a quedar si no hubiera sido por el bulto que se notó en la cara cuando se estaba peinando una mañana, después de la ducha. Tras el bulto, vino el ingreso en el hospital para hacer más pruebas, después la operación y finalmente llegaría la quimioterapia. El malestar, los vómitos, el cambio de su cara y la caída del pelo. Sus padres no la habían dejado sola ni un momento, pero a pesar de tener siempre gente alrededor, amigas que iban y venían, hermanos, abuelos y otros familiares, ella se sentía sola y el miedo que tenía al principio del diagnóstico había ido cambiando de forma lenta, con los múltiples días de ingreso, por un cansancio que iba creciendo poco a poco. Cansancio de estar allí metida en el hospital y cansada de no entender nada de lo que había pasado estos últimos meses.

En la habitación de al lado, Raquel, una niña que todavía jugaba con su muñeca y con su amigo imaginario, del cual no se separaba en todo el día, sufría también una enfermedad hematológica. También llevaba varios meses en el hospital, pero a pesar de ver el mismo paisaje a través de la ventana, lo hacía con otra mirada. La mirada de una niña que intentaba hacer un juego con cada cosa nueva que caía en sus manos. Miraba por la ventana y se inventaba historias de las personas que veía pasar y cuando ya no quería inventar más le pedía a sus padres que la contaran un cuento o que jugaran con alguno de los pocos juguetes que tenía en la habitación. Para ella la vida seguía, aunque mucho peor que antes, con enfermeras que la pinchaban, con los vómitos de vez en cuando, con la comida del hospital y con el poco espacio del que disponía encerrada en esa habitación de la cual prácticamente no salía. Pero a pesar de todo, la vida para ella seguía.

Para Susana, la vida se había parado de golpe. Ella tenía su vida planeada a corto plazo, estaba en el instituto, tenía que aprobar los exámenes con buenas notas porque al año siguiente quería ir a estudiar a Inglaterra. También estaba el chico que se sentaba dos filas delante de ella hacia el que se le iba la mirada de vez en cuando en clase. Iba a quedar con él el siguiente fin de semana si no fuera por el ingreso. Además estaban sus amigas, con las que había empezado a salir por la noche hacía poco tiempo y con las que comenzaba a explorar un nuevo mundo, el cual ella se estaba perdiendo.

Javier salía esa mañana corriendo de su casa. Se subió al coche y pisó el acelerador. De nuevo llegaba tarde al hospital donde trabajaba de farmacéutico de hospital. Últimamente tenía la sensación de ir corriendo a todos los sitios. Las semanas volaban y le parecía que no llegaba a todo. Corriendo al hospital, corriendo en casa con los deportes y actividades de los niños, deberes y cenas…últimamente le parecía vivir una vida ajena en la que él estaba presente pero sin ser muy consciente. Tenía la sensación de ir siempre rápido y dejar todo a medias. A medias en el trabajo por no poder terminar lo que estuviera haciendo cuando llegaba la hora de ir a por los niños, a medias con los peques a los cuales les ayudaba como podía a hacer los deberes mientras preparaba los baños o la cena, a medias consigo mismo y con su pareja por no tener tiempo para disfrutar un rato en calma.
Aparcó y bajó con paso muy rápido por las escaleras que le llevaban a su despacho. Encendió el ordenador y empezó a funcionar como cada mañana.

En la planta, los pacientes comenzaban a despertarse. Susana abrió los ojos, un día más, pensó. Se lavó la cara y esperó a que llegara el médico. Hoy era un gran día. Esperaba los resultados del curso de su enfermedad desde que comenzó el tratamiento. Después de las noticias recibiría un último ciclo y posiblemente podría irse a su casa.
Raquel también esperaba noticias, aunque más bien las esperaban sus padres que estaban nerviosos matando el tiempo como podían. Con un poco de suerte, podrían también irse a casa.

Javier comenzó a trabajar. Tenía varias cosas pendientes del día anterior y empezó a preparar elaboraciones de quimioterapia de pacientes que ya estaban confirmados y de los pacientes ingresados. Sacó las hojas para preparar y se las dio a la técnico que se encargaba esa semana de prepararlo. Juan, Ester, Raquel, Susana…eran nombres de pacientes que iban pasando por sus manos sin prestar mucha atención a la vida que había detrás de esas hojas. Se comenzó a elaborar la quimioterapia de cada paciente en las cabinas de la farmacia.
Antes de elaborar la quimioterapia de Susana, Javier habló con el médico que la llevaba. La última vez había llevado una reducción de dosis por una insuficiencia renal que ya había recuperado. Tras hablar y comentarlo con el médico, se subió a la dosis habitual correspondiente al protocolo. Entre medias vino un paciente, Juan, con un reciente diagnóstico de cáncer de pulmón. Venía nervioso y perdido. Le había costado mucho encontrar el servicio de farmacia, situado en un rincón del sótano del hospital. Javier estaba acostumbrado, puesto que todos los pacientes se perdían la primera vez. Incluso él mismo se había perdido al principio cuando comenzó a trabajar allí. Javier le explicó el tratamiento, y la forma de evitar una interacción con una planta que se tomaba el paciente porque le había comentado un vecino que era bueno para su enfermedad. Que se encontraría mucho mejor, le había dicho el vecino, el cual lo había visto en una revista ajena al mundo sanitario. Comprobó que Juan había entendido el tratamiento y la forma de tomarlo y le recordó volver al mes que viene. Le recordó también, la importancia de tomar todos los días la medicación aunque, tal y como dijo el propio paciente, difícilmente se iba a olvidar de tomar la medicación dado que no se le olvidaba ni un segundo la enfermedad que tenía.

En la planta, Susana lloraba de alegría. Acababa de recibir una buena noticia. El tratamiento había sido efectivo. Podría volver a casa, esperaba volver a su vida habitual en cuanto pudiera. Ese mismo día saldría del hospital, le había dicho el médico. En cuanto éste salió por la puerta, Susana se visitó y recogió todas sus cosas. Todavía faltaba tiempo para poder irse pero ya estaba lista y ansiosa de poder olvidar esa fase de su vida, que nunca pensó que pudiera tocarle a ella pero que, ahora que ya parecía que empezaba a ser parte del pasado, se daba cuenta de lo mucho que la había cambiado.

Raquel también se iría a casa. Sus padres habían recogido sus cosas y esperaban pacientemente el tratamiento. Llegó la medicación. Raquel se tumbó en la cama y cerró los ojos. La enfermera comenzó a contarle cosas para tranquilizarla antes de pincharla. Le contó sus dibujos favoritos de cuando era pequeña, de los juegos y los profesores que tuvo, y antes de que pudiera darse cuenta, ya había pasado toda la medicación.

En farmacia, Javier revisó las preparaciones que ya se habían enviado a la planta. Empezó a firmar las hojas de elaboración de quimioterapia cuando llegó al tratamiento de un paciente que estaba ingresado en la planta. Comprobó que habían utilizado 2 viales de un medicamento cuando, para las dosis que le correspondían al paciente, el cual estaba muy delgado, solo podrían haber utilizado la mitad de un vial. Empezó a revisar la hoja detenidamente después de haber llamado a planta para que interrumpieran la administración del tratamiento. La impresora se había quedado sin tinta, y en la hoja de preparación del tratamiento de ese paciente, donde tenía que estar el volumen de manera clara, aparecía una mancha que difuminaba en parte la cantidad de fármaco correspondiente y no se veía con claridad. Javier respiró hondo y volvió a su ordenador para comprobar la dosis correcta del medicamento.
El paciente y sus padres no entendían bien que había pasado, por qué le interrumpían el tratamiento cuando solo querían que se pusiera rápido y pudieran irse a casa cuanto antes. Se quejaron de lo mucho que tardaba la medicación y de lo tarde que tendrían que irse de allí si no venía pronto. Tras media hora esperando de nuevo la medicación, el paciente ya volvía a recibir el tratamiento correcto. Javier escuchó las quejas en el teléfono. A veces vamos tan deprisa sin saber muy bien por qué o para qué, pensó Javier tras escuchar la queja, que se nos olvida lo que es realmente importante. Entendía que el paciente quisiera irse pronto a casa, pero que le pasara el tratamiento correcto a la dosis correcta era sin lugar a dudas mucho más importante. Pensó en su vida y en lo rápido que iba a todos sitios olvidándose muchas veces de lo realmente importante.

Susana estaba muy contenta. Solo pensaba en volver a su vida, volver al instituto, volver a salir, volver a entrenar con su equipo de baloncesto que tanto había echado de menos. Volvió a mirar por la ventana para despedirse del paisaje. Recogió sus cosas y salió de la habitación. Al mismo tiempo, Raquel salía también de su habitación corriendo chocándose con Susana. Salía contenta y muy nerviosa de poder volver a su casa.

En la Farmacia, Javier acababa de apagar el ordenador, y tras dejarse varias notas para el día siguiente que no le habían dado tiempo a acabar, salió corriendo camino del colegio a recoger a los niños.
En la puerta principal del hospital, había mucha gente que iba y venía. Personas que iban nerviosas a preguntar a información, personas enfermas, había unos padres contentos con su bebé recién nacido en brazos que salían por la puerta, unos familiares llorando por la pérdida de un ser querido, un adolescente con muletas, un niño con sus padres que venía a revisión, y personas con bata o uniforme del hospital que charlaban de diferentes cosas. En esa misma puerta se encontraba Raquel tirando del brazo de su madre para indicarle que tenía prisa por salir de allí, por irse al parque más cercano o simplemente prisa para jugar fuera del hospital. Salía también por la puerta Susana, de una forma más tranquila, siendo consciente de lo mucho que había sufrido. Tenía prisa por dejar atrás todo aquello aunque era consciente que no iba a ser tan fácil. En esa misma puerta se encontraba también Javier, que salía de manera precipitada. Se paró un instante para mirar la cantidad de vidas que coincidían en ese lugar, que parecían estar muy separadas unas de otras pero que en el fondo, pensó, no lo estaban en absoluto.