Sonidos de hoy y de ayer
Seguimos compartiendo los textos recibidos dentro de nuestro concurso de relatos. Hoy os presentamos 'Sonidos de hoy y de ayer'
Por: Manuela Pérez Cebrián
Hospital La Fe, Valencia
¿Quién no ha oído el chirrido de una vieja impresora? Ese ronquido de vaivén ininterrumpido es desconocido para las generaciones X, Y o Z, pero no tan lejano para otras. Son los sonidos que hemos dejado de percibir, los que han cambiado nuestros días. Yendo hacia la habitación más recóndita de cualquier farmacia, en un paseo ritual, se oye el martilleo de un mortero, el zig-zag de la mezcladora o el tintineo de la varilla. Ese ir y venir de voces – ¡Pásame esa botella! –¡Toma! – Dame otra! –¡ No hay! Son sonidos que las mascarilllas han acallado, que la presión negativa, el contaje de partículas y la blancura impoluta del aislamiento, han silenciado.
Aquellos compañeros trabajaban sin pausa, “eran máquinas de hacer citostáticos y nutriciones”, no callaban, pedían, controlaban, medían, vigilaban, se hacían oír desde donde estuvieran. Sus ojos, sus manos, su tenacidad y su experiencia apostaban por el ritmo contra-reloj y a la vez, por el trabajo bien hecho. Tintineo de botellas, revisión de viales, pesada de producto. Hoy y ayer, ¡un trabajo de calidad!.
Debemos dar las gracias a los héroes de los inicios de la intrusión informática en las farmacias de hospital. Aportaron muchas horas de ingenio y dedicación para crear programas capaces de hacer nutriciones, protocolos, seguimiento de medicamentos, siendo autodidactas entregados. Su legado es hoy casi imperceptible, pero sirvió para trazar los primeros senderos. Autopistas del hoy por las que cada uno navega a su antojo, convive y padece si carece del apoyo de programas informáticos que nos guíen, informen, adviertan, ayuden a elaborar, indiquen la composición de fórmulas y los pacientes destino.
Avanzando nuestro paseo por el sonido y el tiempo, la curiosidad nos lleva junto a los teclados que, al transcribir, suenan desorganizados y llenos de vida, y de comentarios, dosis que llegan y dosis que se van, líneas que se esfuman, nutriciones inesperadas, tratamientos nuevos que a continuación se materializan en búsqueda y captura de la medicación emulando el sorteo de Navidad. Cantinelas del ayer.
–¿Cuántas furosemidas? –3–Para? –el 202! –sigo – 1 omeprazol a la 203! –1 captopril! –3 lactulosas! –3 meropenems –1bemiparina –de cuánto? –de 3.500! –espera que no alcanzo! –ya! –y –3 metamizol.
Y la U se iba vaciando cama a cama, a medida que sus voces perdían volumen y vitalidad. –lleva también lo de la calle! – Ah sí! – Está puesto. Siempre comprometidos, siempre los mismos, conscientes de que todo aquello que no pusieran, sería echado en falta por el paciente. Bravo por su tesón y por su esfuerzo diario y constante. Y, si el farmacéutico volvía a teclear, ellos volvían a sus escaleras de media altura, de nuevo. Otra vez frente esa inseparable U. Y la cantinela volvía a sonar.
¡Cuántas personas detrás del telón! La ayuda tecnológica ha llenado nuestras farmacias. Los cánticos se han sustituido por sonidos mecánicos, armarios giratorios, pantallas que ofrecen medicamento a medicamento y son distribuidos entre los pacientes bautizados por el número de sus camas. El orden en la sala viene de la mano de los armarios expendedores. La huella mágica permite el acceso y la posibilidad ágil y eficaz de obtener la medicación rápida y silenciosamente. Sin teléfonos.
Sin manos, el buscador robotizado reconoce medicamentos que electrónicamente llegan a su destino. Junto con esta tecnología constituimos un gran equipo al servicio de todos los pacientes, impacientes por obtener la solución a su dolencia, el milagro que a veces frena la progresión de la enfermedad o el alivio a las secuelas. La atención al recién visitado y deseoso de su medicación nos conmueve y nos limita. Solicitan nuestro tiempo, requieren apoyo y consejo. Y por ello, ahí no hay silencios.
El lugar de recogimiento de una farmacia contiene los secretos más bien guardados de los ensayos clínicos. Sus feligreses acuden a vigilar si todo se realiza según su orden, a examinar si los pacientes se incluyen o excluyen, si la farmacia colabora según sus procedimientos normalizados de trabajo. Han crecido, se han hecho un hueco y han triunfado. Esclavos del rigor y la eficiencia.
Detrás de las pantallas encontramos más farmacéuticos. Su voz se ha hecho eco entre los controles de enfermería, entre los equipos médicos y hoy en día, entre los pacientes. Sí. Se ha hecho ruido, como se nos definió en una ocasión, somos, en parte, fantasmas de la ópera, siempre detrás de los intérpretes, vigilantes avezados evitando errores, haciendo que todo estuviera o esté cómo y dónde debe estar. Pero nuestras voces están en el plató. Entramos por los pasillos laterales, resolviendo dudas y pautas, formulando nutriciones cual modisto a medida de las necesidades de cada uno de los pacientes, medimos los niveles sanguíneos con la exactitud de los matemáticos y somos referencia de sistemas y modos de administración. Clínica que te envuelve y te aporta. Los que nos preceden, así lo viven. Somos copartícipes de la obra, de decisiones terapéuticas y de las económicas también; escuchamos y hablamos, proponemos y recomendamos. Y además evitamos que nada de lo que se precise, falte. Sufrimos roturas, sufrimos reclamaciones, sufrimos errores, pero siempre entre bastidores. Y les damos solución, rectificamos y volvemos a empezar.
Y suenan teléfonos y siguen sonando. Con faltas, con reclamaciones y con errores. Era y es una pequeña tortura. Siguen deleitándonos los oídos, adornados con agudas melodías que nosotros, sus dueños, osamos elegir en tipología y volumen. Nunca pudo imaginar nuestro Tárrega que sería uno de los compositores más escuchados porque su “gran vals” fue elegido por una de las marcas de telefonía más conocidas! ¡Ah! Y…¡los mensajes! Los de esos diablillos, sin comentarios! Menos mal que el e-mail es silencio. Silencio que nos informa, silencio que comunica, silencio que tiene color y expresión. Y todo lo que es comunicación nos importa. Hoy, si no estás en twitter o en Facebook , no existes! dicen. Puede que sea cierto, hay un salto generacional que no es salvable si no se hacen esfuerzos de voluntad para adecuar el tiempo y las ganas a las nuevas corrientes de diálogo, novedades que generen interés. Conseguir que sigamos o que otros nos sigan. Sigue siendo silencio.
Ese silencio ha apagado las luces de los lomos de los libros, ha cerrado las hojas de los tomos y ha sellado el papel de las revistas. Las semi-finísimas hojas del grueso catálogo nos han acompañado en muchas ocasiones. El sonido de su hojeo, rápido y sedoso, ya es esporádico. Suenan a nostalgia las reuniones comentando este o aquel artículo de las revistas impresas que nos pareció interesante para llevar al club terapéutico. Voces entre lectores y las largas sesiones bibliográficas llenas de opiniones y proyectos.
Ha nacido otro tipo de información, accesible, rápida y universal. Es aportada por profesionales que lideran el conocimiento, que estudian a fondo cómo, cuándo, por qué y para qué. Es fascinante. Podemos acceder a lo más fidedigno, lo más reciente, lo más veraz desde la ventana abierta que ofrece una miniatura electrónica. Caras, frases, videos, todo advierte, todo ayuda, todo llena, todo comunica. Y en silencio. Ese silencio que, a la vez, no permite que nuestras palabras fluyan hacia los que más cerca tenemos, que como sabemos, silencia repeticiones innecesarias y que evita que nuestras miradas se crucen.
Pero la comunicación son voces, interrupciones, ruido e imágenes. ¿Alguien recuerda presentaciones sin imágenes? Difícilmente, porque si echamos la vista muy atrás descubrimos que la imagen nos acompañó desde las diapositivas y trasparencias a la videoconferencia. Para unos, ciencia ficción y para otros, pasado.
Por el contrario, las presentaciones más recientes aportan otra frescura. Mecanismos de acción al son de jazz, entre sombras y movimientos, acompañamientos y sicodélicas iluminaciones.
La imagen y el sonido nos centran y confunden, los diálogos requieren varios interlocutores aunque la esencia no entiende de colores. Coloquios diáfanos que seguimos a distancia. Las relaciones humanas, las mismas.
Y surgen palabras nuevas que se adueñan del momento, que gestionan, que escalan los valores, que hacen de un gasto un consumo, de una organización un modelo, de un líder un coach, de una propuesta, un proyecto.
Pero nuestras voces son inconfundibles, y se hacen oír, nuestros oídos son receptivos y ávidos del resto de las voces, nuestras pantallas hablan en silencio de deseos por compartir y de relaciones por establecer. Los sonidos cambian y nosotros también, con ellos. Nada nos llega más que esa—enhorabuena! o, -cómo me has emocionado! o, -sabes? – ¿no crees que falta la conclusión? –o, -Vaya exposición más nítida! esa palabra de ánimo o de reproche nos hace crecer y ser. No elegimos los sonidos ni los silencios, están entre nosotros y los de ayer ya no son los de hoy.