Ring, Ring, Ring
Hoy tenemos el placer de compartir con vosotros otro de los textos recibidos dentro de nuestro concurso de relatos. Os presentamos 'Ring, Ring, Ring'
Por: Jaime Poquet Jornet
Hospital Denia Marina Salud. Denia, Alicante.
Junio, primer año de residencia
Ring, Ring, Ring.
Hacía ya un tiempo que no pasaba por su casa. Últimamente mi vida había dado grandes cambios. De pronto, oí como se acercaban los ladridos inquietos de la perrita que tiene mi madre. Imagino que me olió a través de la puerta porque empezó a ponerse más nerviosa al tiempo que aceleraba el ritmo de los ladridos. A mí siempre me ponía nervioso la espera hasta que me abriesen cualquier puerta. Unos pasos y, de pronto, se abrió la puerta con mi madre somnolienta y con cara de acabar de levantarse. La cara se le iluminó cuando me vio y una gran sonrisa lleno toda su cara desapareciendo cualquier signo de sueño o de cansancio que pudieses tener dos minutos antes. Siempre tuve ganas de hacer lo mismo de un famoso turrón que siempre vuelve por Navidad.
Me dio un fuerte abrazo regando mi camisa de lágrimas. La perrita ladraba y ladraba y me daba vueltas a toda velocidad para evitar que quisiera irme demasiado rápido.
De pronto le pregunte: ¿Dónde está la abuela que no ha venido a recibirme?
Una oscura nube entristeció la que hasta hacia dos segundos era la cara más sonriente de la Tierra.
- Bueno no te lo quisimos decir porque estabas muy ocupado.
- Mama, por Dios. Me estas poniendo de los nervios. ¿Qué ha pasado?
- Bueno primero te fuiste varios meses a la academia de Valencia a preparar eso que me dijiste…
- Se llama FIR y significa Farmacéutico Interno Residente
- Bueno como se llame. Después del examen te fuiste de Interrail para desconectar, luego elegiste la plaza. Qué pena hijo que no te pudieses quedar en nuestra ciudad y desde que te incorporaste al hospital, no hayas podido venir. Tampoco te he querido molestar pensando que ya estabas demasiado ocupado con tu vida.
- Vale mama, no te enrolles. ¿Me puedes decir que ha pasado con la abuela?
- Acompáñame sin hacer ruido.
Entramos despacio en la habitación de mi abuela. La vi sentada en una mecedora, con la mirada perdida. A pesar que siempre había sido un poco entrada en carnes, la encontré más delgada. Acerque una silla y senté a su lado y le cogí sus manos entre las mías.
Mi madre me comentó que todo empezó con pequeñas ausencias de memoria. Al principio pensaban que eran las típicas desmemorias asociadas a la edad. Después se olvido de hacer las cosas más simples, como atarse los zapatos, hasta que llegó un día en que no se acordaba de su nombre ni el de la perra ni del suyo propio y a medida que iban transcurriendo los días todos sus recuerdos se iban desvaneciendo como si fuera un pequeño azucarillo en un caliente café. Alzheimer es como una montaña rusa de angustias, de vértigos, de miedos, por la que vas deslizándote perdiendo el control de tu vida.
Le preguntó con todo el cariño de una hija que sabía todo lo que su madre había luchado para sacarla adelante desde que falleció mi abuelo, muy joven, por un accidente en el campo : Mama. ¿Sabes quién ha venido a verte? ¿Sabes que ya es muy importante y que ya trabaja en un hospital?
Mi abuela giró lentamente la cabeza hacia mí. Sin dirigirme la palabra. Y pensé en lo que se había convertido mi abuela que siempre había sido de las personas más presumidas que he conocido. Que era incapaz de salir a la calle sin estar perfectamente peinada y arreglada. Con unas briznas de colorete que alegraban tímidamente su blanca tez. Mi abuela era tan presumida que incluso de joven llego a ganar varios concursos presentándose a Miss Belleza en las fiestas del pueblo.
- Hola, abuela. ¿Cómo estás? No sabía nada de cómo estabas. Si no hubiese venido antes a verte. ¿Sabías que estoy trabajando en un hospital? Primero tuve que aprobar un examen que se llama FIR (y que todavía no he conseguido que se aprenda la mama). Luego, hasta que salían los resultados estuve un tiempo haciendo viaje por Europa. Siempre viajamos en tren. Me fui con un grupo de gente que conocí en una academia de Valencia a la que coincidí para preparar el examen del FIR.
Mi abuela mi miraba sin ver. Con una mirada perdida. No había manera de saber si me escuchaba, si me entendía. Ni siquiera sabía si me recordaba o si recordaba quien era ella.
- En el servicio de farmacia, somos ocho residentes, pero además también hay seis farmacéuticas más que ayudan a la jefa del servicio a organizar que los pacientes siempre reciban la medicación correcta. En numerosas ocasiones también intervenimos para modificar tratamientos por la existencia de interacciones que pueden hacer que algunos tratamientos no sean eficaces o que otros sean peligrosos.
- Déjalo cariño, la abuela no se está enterando de la nada de lo que le dices- me dijo mi madre con lágrimas en los ojos.
- Da igual. Tú no sabes si me escucha o si me entiende. Igual solo es que no puede expresarse pero puede escuchar los que le digo. La semana pasada vimos un caso parecido en la sesión del servicio. Bueno, te estaba contando que durante los próximos seis meses estaré revisando todos los tratamientos que prescriben los médicos, junto con mi compañera Marta, que también ha entrado conmigo en el hospital. Te gustaría conocerla, tiene los ojos casi tan bonitos como los tuyos.
No sé si fueron las ganas, pero me pareció percibir una leve sonrisa cuando le dije lo de mi compañera. Note como me apretaba la mano a medida que iba contándole las peripecias ya aventuras que me habían ocurrido en esa inmensa ciudad, mucho más grande a lo que yo estaba acostumbrado a vivir. Le explique como habíamos tenido que buscar piso con urgencia tras pasar la noche en la Pensión Chocolate (y de que la no pienso relatar nada del asco que me produce tan solo recordarlo). Que si ahora compartía piso con dos médicos, un intensivista y un cirujano. Que en este primer había hecho muchos nuevos amigos y tantas en tantas cosas. Sin darme cuenta, volaron las horas que pase junto a mi abuela, contándole todos y cada uno de los maravillosos cambios que habían afectado últimamente a mi vida. En un par de ocasiones, y siempre que le contaba algo relacionado con Marta me sonreía y me apretaba la mano. Al final, el fin de semana paso raudo como un ave rapaz y cuando mi madre me preguntó que cuando volvería, le dije, no sin pesar, que no lo sabía, que iba a empezar los cursos de doctorado en la Universidad, pero que si pasaba algo con la abuela que me avisase sin falta.
Diciembre, primer año de residencia.
Ring, Ring, Ring.
Ahora sí que es verdad que volvía a casa por Navidad, como el turrón. Como la vez anterior, la perra volviéndose loca y mi madre diciéndome el tiempo que hacía que no me veía. Que si estaba más delgado y más alto. En fin ya conocéis lo que es la pasión de madre. Rápidamente me fui a la habitación de mi abuela a ver como se encontraba. Ahora ya no estaba en la mecedora sino tumbada en la cama. La encontré mucho mas demacrada que la vez anterior. La piel le marcaba los huesos y la mirada inexpresiva, se mantenía fija en un punto indeterminado de la pared. He visto en los ojos de mi abuela el domingo de la nada.
Me explicó mi madre que ya no comía los purés y triturados que le preparaban con todo el amor de hija. Vi la sonda para nutrición enteral que le salía por la nariz y junto a ella estaba la jeringa cono catéter de 50 ml para ir alimentándola poco a poco así como el frasco abierto de nutrición enteral. De comenté a mi madre que, como ya había pasado por la sección de nutrición durante la residencia, el frasco abierto de la nutrición es mejor que estuviese en la nevera y así no se contaminaría. Le comenté como limpiar la sonda antes y después de administrar la nutrición. No sé si mi madre entendió todo lo que le conté o simplemente estaba tan feliz de verme allí que el resto le daba igual.
Volví a sentarme junto a mi abuela. Le cogí, de nuevo, las manos con delicadeza y con temor que se me fuesen a quebrar entre las mías. Le hable que en el hospital estaba aprendiendo muchas cosas y que los médicos y enfermeras me esperaban cada día a que subiera a planta a revisar los tratamientos de los pacientes. Le comente que había empezado a salir con Marta y que me encantaría que la conociese. Seguro que se llevaban muy bien. Cuando salí de casa de mi madre, las lágrimas pugnaban por regar mis pómulos, pero conseguí que mi madre no se diese cuenta.
Diciembre, segundo año de residencia.
Ring, Ring, Ring.
Cuando volví, un año después de mi anterior visita, a llamar a casa de mi madre, la perra ladraba desde el otro lado de puerta, pero se me hizo muy larga la espera hasta que mi madre abrió la puerta. Cuando lo hizo, vi a una mujer mucho más envejecida que el año anterior, y tan cansada, que difícilmente podía esbozar una leve sonrisa cuando me vio en la puerta. En ocasiones se piensa que lo mejor que le puede pasar a un paciente con Alzheimer es que vaya rápido, porque si hay algo peor que el dolor que supone para los cuidadores, es el saber que el dolor y sufrimiento parecen no acabar nunca mientras el enfermo siga vivo.
Mi abuela seguía tumbada en la misma cama que el año pasado. Yo diría que el tiempo se había detenido si no fuese porque todavía la vi mucho más delgada que el año anterior dibujando, bajo una piel transparente, infinitos dibujos con sus azules venas. Ya no le cogí la mano. ¿Para qué, si no se va a dar cuenta de nada? Le di un abrazo cuando llegue y empecé a contarle que estaba haciendo la Tesis Doctoral en el Instituto de Neurociencias y que estaba trabajando en el desarrollo de un nuevo fármaco para frenar el rápido avance del Alzheimer. Pero tanto mi abuela como yo, sabíamos que llegaríamos tarde para que ella se pudiese beneficiar de mis avances.
A pesar del tiempo que hacía que no venía a casa, me di cuenta que las cosas apenas habían cambiado. Cuando la enfermedad entra en una casa, el Alzheimer se convierte en un largo calendario inútil. Inútil para los cuidadores que ven como su madre, padre, esposo o esposa van apagándose lentamente e inútil para el enfermo que hace tiempo que va hundiéndose en la ciénaga de la desmemoria. Salí de casa de mi madre con el alma por los suelos pensando que el Alzheimer es como el color negro, es la Nada que vi en “La historia interminable” cuando era niño y que avanza imparable, sin detenerse nunca.
Agosto, tercer año de la residencia
Ring, Ring, Ring
Cuando llamo a casa de mi madre, cada vez le cuesta más abril la puerta. Cuando abrió hasta la perrita se estaba impregnando de esa tristeza infinita que navegaba por cada rincón haciéndose dueña, poco a poco, de la casa y de sus habitantes. Mi madre me reconoció que estaba muy cansada y que no entendía que si había Dios, porque no acaba con este sufrimiento tanto para su madre como para ella. Que ya no podía más y que hacía ya tiempo que había decidido tirar la toalla. Le di un abrazo intentando transmitirle parte de mi energía, de mi fuerza, de mi alegría por vivir. No estoy convencido que lo lograse.
Sobre mi abuela, ¿Qué te podría contar? Es como una vela pequeñita que va apagándose muy, muy lentamente. Tan lentamente que ahora ya ni da un ápice de luz, pero que no se acaba de apagar. Esta vez estuve menos rato con mi abuela. Le conté como me iba la residencia. Las rotaciones que estaba haciendo. La jefa que no nos permitía cambiar el servicio a la velocidad a la que nos gustaría a los residentes y a los adjuntos jóvenes. Mi jefa de servicio, al igual que mi abuela, era un permanente recordatorio que el tiempo sigue inexorablemente su curso, lento, despacio, meloso como la miel que resbala de una cuchara. Los pacientes con Alzheimer son despeinados de alma que navegan en el naufragio del olvido con una sonrisa (al menos en las primeras fases de la enfermedad) que ya no pertenece a esta vida.
Mayo, Cuarto año de la residencia
Ring, Ring, Ring.
Cuando llame, con la experiencia, ya alegría de haber acabado la residencia. Con la maleta llena de recuerdos, de vivencias, de experiencias, estuve casi diez minutos esperando a que me abriesen la puerta. En la mujer que la abrió, difícilmente podía reconocer los rasgos de mi madre. Con el pelo completamente cano y recogido en un moño más se parecía a los ancianos a los que les revisaba los tratamientos durante mi rotación por la Residencia de Ancianos incluida en mi programa formativo. Le pregunte por la perra y me dijo que había muerto de tristeza hacia unos meses. Cuando me dirigía a la habitación de mi abuela. Mi madre, con lágrimas en los ojos, me dijo:
- No es preciso que entres. La abuela tampoco está.
- ¿Cómo que no está?- pregunte intranquilo- ¿Qué me quieres decir con eso?.
- Quiero decirte que has llegado tarde para el desarrollo de tu fármaco que iba a detener la enfermedad. La pequeña lucecita en que se había convertido, se apago definitivamente la semana pasada. No te quise avisar porque tenías la lectura de tu Tesis Doctoral y consideré que eso era muy importante para ti. Lamento no haberte podido acompañar ese día, pero coincidió junto con el día del funeral.
Entonces me di cuenta que mi madre vestía de riguroso negro. Las lágrimas llenaron mis ojos. Ahora ya me da igual que se sepa o que mi madre lo note. Pensé en ese Alzehimer que poco a poco va borrando el libro que es nuestra vida, primero unas letras, después palabras, después páginas enteras (cada vez más rápido) hasta que nos quedamos con un libro con todas las páginas en blanco. Un libro como si fuese de los que se entregan a un recién nacido para que vaya escribiendo cada página de su vida, pero al revés, al final de la vida, tras borrar todos los recuerdos, vivencias, besos y experiencias. El Alzheimer al principio es recordar lo que olvidas. Olvidar lo que recuerdas. Y al final, no es ni una cosa ni la otra.